lunes, 25 de junio de 2007

Quid pro cuo Clarice

Y entonces Clarice Starling le contó la historia que durante tanto tiempo Hannibal Lecter había querido escuchar: le contó cómo murió su padre, le contó cómo tuvo que vivir con su tío, y le contó cómo, en una espantosa noche, Clarice fue testigo de cómo su tío mataba a unos caballos y a unos corderos, le contó el aterrador chillido de los corderos en su agonía, le contó que continuaba escuchando esos chillidos en sus sueños, y le contó cómo intentó salvar a uno de esos corderos con la falaz ilusión de que de esa manera los demás dejasen de sufrir, dejasen de chillar y así poder alejar los chillidos de su cabeza, para que el silencio volviese a sus pensamientos. Un silencio que Clarice llevaba años buscando, un silencio en el que Clarice se sentiría segura, un silencio con el que Clarice volvería a encontrarse en paz consigo misma, un silencio reconfortante, un silencio protector...

Mientras que Clarice desea ardientemente el silencio de los corderos, a otros nos gustaría dejar de escuchar ese mismo silencio, un silencio tan desconcertante, un silencio tan insultante, un silencio tan inmerecido, un silencio tan egoísta, un silencio tan malentendido, un silencio tan humillante, un silencio tan incómodo, un silencio tan lejano, un silencio tan triste, un silencio tan despreciativo, un silencio tan aburrido, un silencio tan premeditado, un silencio tan embustero, un silencio tan típico, un silencio tan estúpido, un silencio tan cansino, un silencio tan eterno...

Un silencio que se podría romper con tantas palabras: te entiendo, te vienes al cine mañana, yo no quiero eso, me apetece tomar un café, somos tan distintos, me acompañas a comprar un disco, me sigues gustando, vemos una película esta tarde, te odio, estoy cansada de trabajar, te quiero, se acabó. Y lo peor de todo es que ya no importa cómo se rompa ese silencio porque ha sido demasiado tiempo, ha sido demasiado largo y ha sido demasiada apatía como para pensar que todo sigue igual, como para pensar que nada ha cambiado, como para pensar que se tenía algo especial, porque lo cierto es que ya no importa lo que tenga que decir, lo realmente importante es por qué sigue callada, por qué no se da cuenta que me está matando con este atronador silencio y por qué no le importa mi sufrimiento.

viernes, 1 de junio de 2007

¿Quién me ha robado el mes de Abril (y Mayo)?

Pues al final va a ser verdad eso que dicen los grandes ilustrados de nuestra era a propósito del tiempo, a saber: que el tiempo vuela, que hay que aprovechar el tiempo, que lo peor que puede hacer una persona es perder el tiempo, que no hay profesor más sabio que el tiempo (aunque también cruel puesto que siempre mata a sus discípulos), que el tiempo es oro o que a mal tiempo ganancia de pescadores (puede que esta última frase hecha se haya colado de soslayo entre las demás…).
Pues sí, últimamente me encuentro a bordo de un barco con su vela mayor izada cuyo timón lo dirige el azar, en mitad de un inmenso océano todavía sin explorar llamado vida, en donde sopla un fuerte viento a favor, siempre a favor, que algunos conocen como tiempo.

Un párrafo de lo más poético para decir que lo que he hecho este último mes ha sido dejarme llevar, dejar que pasase el tiempo (¿cómo si pudiese hacer lo contrario?) y no hacer absolutamente nada (excepto quizás perder un trocito más del poquito hígado que me quedaba, dejar en algún oscuro rincón el poquito sentido común que todavía creía tener y perder alguna que otra cosa más: como la vergüenza (si es que algún día tuve alguna), por momentos la cabeza y casi, por muy poquito, la virginidad).
Desgraciadamente hay algo que me empuja a que debo cambiar de actitud, desgraciadamente hay algo que me dice que no puedo dejar que el azar dirija mi barco, desgraciadamente hay algo que me aconseja que debo levantarme y empezar a caminar y, desgraciadamente, me temo que le haré caso, ya que, no sé muy bien lo que es la inspiración pero espero que me coja trabajando, es decir, la fortuna pocas veces llama a tu puerta (y, desde luego, nunca podrás contestar si estás dormido por culpa de una resaca), o las cosas no pasan solas, somos nosotros los que hacemos que pasen.
Ahora bien, lo que realmente me intriga es: ¿por qué digo desgraciadamente?