viernes, 30 de marzo de 2007
John, chapter 11, verse 35
Aunque bien podría haberse titulado “el día más largo” (pero, si hubiese optado por este último título, seguramente hubiese puesto algo como “visitando Normandía” para, de esa manera, hacer referencia al “día d” también conocido como “el día más largo”, es que no hay que darlo todo masticado como en la televisión...).
Hace unos días (ayer para el escritor) llegué a casa muy cansado, ligeramente borracho, cabizbajo, somnoliento y con una extraña sensación, con una inquietante sensación, con una honda sensación de tristeza. Tristeza por no entender por qué la gente sigue mintiendo constantemente, tristeza por no entender por qué el que tiene poder lo sigue usando para seguir aplastando al que no lo tiene, tristeza por no entender por qué nos hemos acostumbrado tanto a esas cosas que ya no sorprenden, tristeza por no entender por qué la gente puede seguir disfrutando humillando a otras personas, tristeza por no entender por qué la gente ha perdido cualquier tipo de empatía, tristeza por no entender por qué son mucho más profundos los sentimientos de decepción, odio o rabia que los de alegría, amor o esperanza, tristeza por no entender por qué esa tristeza lograba eclipsar todo lo demás y tristeza por no entender por qué si la culpable es solamente una persona uno se siente defraudado con todo el género humano.
Y toda esa tristeza apareció a raíz de ser despedido (¡eso sí que es triste! para que después digan que el trabajo no aliena…), y desembocó, horas después, en un profundo, desgarrador, silencioso e inevitable llanto (de ahí el título).
Por cierto, lo de llorar es un poco como lo de vomitar cuando uno está borracho: todo el mundo dice que se encuentra mucho mejor después de hacerlo, aunque lo cierto es que sigues hecho mierda, sigues con la misma sensación de tristeza y sigues pensando que nada cambiará en el futuro…
¿Tal vez he utilizado demasiadas veces el verbo “seguir” en este texto? No es por falta de sinónimos, simplemente, es la manera que mi subconsciente usa para decirme que, a pesar de todo ello, tenemos que seguir avanzando, tenemos que seguir ilusionados y tenemos que seguir sonriendo, porque no hay cosa más alegre que seguir en el camino…
Hace unos días (ayer para el escritor) llegué a casa muy cansado, ligeramente borracho, cabizbajo, somnoliento y con una extraña sensación, con una inquietante sensación, con una honda sensación de tristeza. Tristeza por no entender por qué la gente sigue mintiendo constantemente, tristeza por no entender por qué el que tiene poder lo sigue usando para seguir aplastando al que no lo tiene, tristeza por no entender por qué nos hemos acostumbrado tanto a esas cosas que ya no sorprenden, tristeza por no entender por qué la gente puede seguir disfrutando humillando a otras personas, tristeza por no entender por qué la gente ha perdido cualquier tipo de empatía, tristeza por no entender por qué son mucho más profundos los sentimientos de decepción, odio o rabia que los de alegría, amor o esperanza, tristeza por no entender por qué esa tristeza lograba eclipsar todo lo demás y tristeza por no entender por qué si la culpable es solamente una persona uno se siente defraudado con todo el género humano.
Y toda esa tristeza apareció a raíz de ser despedido (¡eso sí que es triste! para que después digan que el trabajo no aliena…), y desembocó, horas después, en un profundo, desgarrador, silencioso e inevitable llanto (de ahí el título).
Por cierto, lo de llorar es un poco como lo de vomitar cuando uno está borracho: todo el mundo dice que se encuentra mucho mejor después de hacerlo, aunque lo cierto es que sigues hecho mierda, sigues con la misma sensación de tristeza y sigues pensando que nada cambiará en el futuro…
¿Tal vez he utilizado demasiadas veces el verbo “seguir” en este texto? No es por falta de sinónimos, simplemente, es la manera que mi subconsciente usa para decirme que, a pesar de todo ello, tenemos que seguir avanzando, tenemos que seguir ilusionados y tenemos que seguir sonriendo, porque no hay cosa más alegre que seguir en el camino…
miércoles, 21 de marzo de 2007
La delgada línea roja
Nos pasamos la mitad de nuestro tiempo trazando líneas: líneas para convivir con tus compañeros de piso, líneas pasa diferenciar la manera de comportarse entre desconocidos y conocidos, líneas para cambiar la forma de tratar a los conocidos de los compañeros de trabajo, líneas que nos digan cómo actuar con los compañeros de trabajo y cómo con los amigos, más líneas para hablar ciertas cosas con los amigos y otras cosas con familiares, líneas para separar amigos de amantes, líneas para distinguir amantes de amores, líneas, líneas, líneas...
Y nos pasamos la otra mitad de nuestro tiempo intentando dar ese último paso que, definitivamente, nos haga cruzar esas líneas, porque seamos sinceros: siempre es más emocionante lo que pueda haber al otro lado; siempre será más interesante adentrarse en un terreno inexplorado que quedarse en el seguro pero aburrido mundo conocido; siempre puede ser más enriquecedor llevar la línea un poquito más lejos, para de esa manera también nosotros poder llegar un poquito más lejos; siempre querremos seguir avanzando aunque la única razón sea el no quedarnos estancados...
Y, ¿si disfrutamos tanto atravesando tantas y tantas líneas que nosotros mismos nos imponemos? ¿por qué hacerlo? ¿por qué seguir dibujando líneas en la arena que separen a amigos de conocidos? ¿por qué levantar muros para separar las preguntas que se pueden hacer a conocidos de las que se pueden hacer en el trabajo? ¿por qué excavar abismos para diferenciar a los amantes de los amores?
¿Será porque nos encanta cuando llega la marea y borra todo lo que nos había costado tanto tiempo dibujar? ¿será porque nos vuelve loco coger una cucharilla y escarbar poco a poco en los muros que nos vamos encontrando? ¿será porque nos chifla empezar a construir puentes? o ¿simplemente será que en algo tenemos que pasar el tiempo?
Pues aquí estamos, viendo el tiempo pasar...
Tanto separar a unas personas de otras me he acordado de un chiste que me contó un viejo amigo:
Un abrazo Jaime.
Y nos pasamos la otra mitad de nuestro tiempo intentando dar ese último paso que, definitivamente, nos haga cruzar esas líneas, porque seamos sinceros: siempre es más emocionante lo que pueda haber al otro lado; siempre será más interesante adentrarse en un terreno inexplorado que quedarse en el seguro pero aburrido mundo conocido; siempre puede ser más enriquecedor llevar la línea un poquito más lejos, para de esa manera también nosotros poder llegar un poquito más lejos; siempre querremos seguir avanzando aunque la única razón sea el no quedarnos estancados...
Y, ¿si disfrutamos tanto atravesando tantas y tantas líneas que nosotros mismos nos imponemos? ¿por qué hacerlo? ¿por qué seguir dibujando líneas en la arena que separen a amigos de conocidos? ¿por qué levantar muros para separar las preguntas que se pueden hacer a conocidos de las que se pueden hacer en el trabajo? ¿por qué excavar abismos para diferenciar a los amantes de los amores?
¿Será porque nos encanta cuando llega la marea y borra todo lo que nos había costado tanto tiempo dibujar? ¿será porque nos vuelve loco coger una cucharilla y escarbar poco a poco en los muros que nos vamos encontrando? ¿será porque nos chifla empezar a construir puentes? o ¿simplemente será que en algo tenemos que pasar el tiempo?
Pues aquí estamos, viendo el tiempo pasar...
Tanto separar a unas personas de otras me he acordado de un chiste que me contó un viejo amigo:
Un hombre entra a un bar y le pregunta al camarero: perdone, ¿donde puedo sentarme?
El camarero responde: de la puerta hasta aquí están los gilipollas, y desde aquí hasta la pared se sientan los subnormales.
En ese momento, una persona sentada al lado de la puerta dice: perdone, ¡que yo no soy gilipollas!
A lo que el camarero responde: pues ponte al otro lado, subnormal.
Un abrazo Jaime.
viernes, 16 de marzo de 2007
Nido de fachas y burgueses

Ahora sólo me falta decidir donde colocar la foto: en la izquierda, en el centro, o muy a la derecha...
miércoles, 14 de marzo de 2007
Pruébame, dijo el veneno
Tan amargo, tan frío, tan misterioso, tan cercano, tan atrayente, tan brillante, tan escondido, tan delicioso, tan distinto, tan comprometedor, tan desconocido, tan mezquino, tan apetecible, tan ansioso, tan lejano, tan cálido, tan embriagador, tan incómodo, tan tranquilo, tan pequeño, tan nervioso, tan seguro, tan peligroso, tan extraño, tan tímido... ¿quién podría negarse a escuchar su llamada sin mirarlo? ¿quién podría negarse a admirarlo sin tocarlo? ¿quién podría negarse a sostenerlo entre sus manos sin olerlo? ¿quién podría negarse a aspirar su aroma por un instante sin probarlo? ¿quién podría negarse a saborearlo entre sus labios? ¿quién podría negarse a...?
jueves, 8 de marzo de 2007
You will never walk alone
Un poeta dijo en alguna ocasión que "el ojo que ves no es ojo porque tú lo veas; es ojo porque te ve". Es una frase sencilla, corta, sin palabras rebuscadas en algún diccionario barato de sinónimos, no habla de partículas subatómicas inimaginables para el común de los mortales ni trata un tema que sólo comprendan unos pocos, y sin embargo, no sé exactamente por qué ha venido a mi cabeza o por qué estoy hablando de ella en este apartado lugar...
Rebuscando un poco más en mi memoria recuerdo un documental que intentaba explicar en qué momento el cerebro de un niño, deja de ser el de un niño para convertirse en el de un adulto. El documental llegaba a la conclusión que uno de los puntos de inflexión en el desarrollo de un cerebro es el instante en el que los niños comienzan a mentir, e intentaba explicar dicha teoría diciendo que, cuando un niño se tapa la cara con las manos mientras que su madre dice "¿donde está Carlitos?", realmente cree que su madre no lo ve, ya que el niño no puede ver a su madre y piensa que su madre ve lo mismo que él. Sin embargo, cuando comienzan a mentir, su cerebro ha dado un salto cualitativo porque ha llegado a la conclusión que, lo que él ve del mundo no tiene por qué ser lo mismo que lo que ve su madre, que sus deseos y motivaciones, por regla general, serán distintos que los de su madre, y que su madre no podrá descubrirlos a menos que el niño se los revele.
En resumen, el cerebro del niño no sólo es consciente de su propia existencia (lo que consiguió hace tiempo cuando descubrió que la imagen del espejo es él mismo), si no que es consciente de la existencia de los demás y que la existencia de los demás es igual de compleja que la propia.
Otro pensamiento que aflora en mi cabeza es la frase con la que se ha resumido toda la filosofía de Descartes, es decir, "pienso luego existo". Parece un tanto egocéntrico pensar que uno existe por el simple hecho de pensar, es decir, ¿yo también existiría si mi cabeza fuese la única que piensa en todo el universo? Sería como aquella vieja cuestión sobre qué sonido genera un árbol al caer, si no hay nadie alrededor para escucharlo, es decir, ¿tendría algún sentido su caída? o, en general ¿tendría algún sentido su existencia? Personalmente no le veo ninguno.
Si la frase de Descartes fuese cierta podríamos estar viviendo en un universo frío, distante y sin sentido, sin embargo, si no es cierto que piense y por lo tanto exista, si no que existo porque alguien piensa en mí, estaríamos viviendo en un universo un poco más cálido, un poco más cercano y con un poco más de sentido.
Todas estas palabras son mi particular forma de agradecer a todas aquellas personas que en algún momento del día, han cerrado los ojos, han respirando lentamente, y han dirigido sus pensamientos hacia un alma perdida de Dublín. Todos esos pensamientos hacen que me sienta bastante menos solo andando este particular camino que algunos llaman vida.
Gracias.
Un abrazo, un beso y un pensamiento, al fin y al cabo, nos va la existencia en ello...
Rebuscando un poco más en mi memoria recuerdo un documental que intentaba explicar en qué momento el cerebro de un niño, deja de ser el de un niño para convertirse en el de un adulto. El documental llegaba a la conclusión que uno de los puntos de inflexión en el desarrollo de un cerebro es el instante en el que los niños comienzan a mentir, e intentaba explicar dicha teoría diciendo que, cuando un niño se tapa la cara con las manos mientras que su madre dice "¿donde está Carlitos?", realmente cree que su madre no lo ve, ya que el niño no puede ver a su madre y piensa que su madre ve lo mismo que él. Sin embargo, cuando comienzan a mentir, su cerebro ha dado un salto cualitativo porque ha llegado a la conclusión que, lo que él ve del mundo no tiene por qué ser lo mismo que lo que ve su madre, que sus deseos y motivaciones, por regla general, serán distintos que los de su madre, y que su madre no podrá descubrirlos a menos que el niño se los revele.
En resumen, el cerebro del niño no sólo es consciente de su propia existencia (lo que consiguió hace tiempo cuando descubrió que la imagen del espejo es él mismo), si no que es consciente de la existencia de los demás y que la existencia de los demás es igual de compleja que la propia.
Otro pensamiento que aflora en mi cabeza es la frase con la que se ha resumido toda la filosofía de Descartes, es decir, "pienso luego existo". Parece un tanto egocéntrico pensar que uno existe por el simple hecho de pensar, es decir, ¿yo también existiría si mi cabeza fuese la única que piensa en todo el universo? Sería como aquella vieja cuestión sobre qué sonido genera un árbol al caer, si no hay nadie alrededor para escucharlo, es decir, ¿tendría algún sentido su caída? o, en general ¿tendría algún sentido su existencia? Personalmente no le veo ninguno.
Si la frase de Descartes fuese cierta podríamos estar viviendo en un universo frío, distante y sin sentido, sin embargo, si no es cierto que piense y por lo tanto exista, si no que existo porque alguien piensa en mí, estaríamos viviendo en un universo un poco más cálido, un poco más cercano y con un poco más de sentido.
Todas estas palabras son mi particular forma de agradecer a todas aquellas personas que en algún momento del día, han cerrado los ojos, han respirando lentamente, y han dirigido sus pensamientos hacia un alma perdida de Dublín. Todos esos pensamientos hacen que me sienta bastante menos solo andando este particular camino que algunos llaman vida.
Gracias.
Un abrazo, un beso y un pensamiento, al fin y al cabo, nos va la existencia en ello...
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